martes, 27 de octubre de 2015

Metrobús, o cómo la tecnología no hace la política

Se sabe que el aprovechamiento de la tecnología depende de quien la usa y cómo la usa, y el sistema de transporte público Metrobús encaja en esa definición. La reciente evaluación de las 19 líneas de Metrobús que están operando en distintas ciudades de México muestra cómo un mismo sistema ofrece un servicio de calidades diferentes, de acuerdo al rigor en la planeación, implementación y operación del sistema, la política de movilidad urbana que tienen las autoridades locales, así como el compromiso y seguimiento de los programas de transporte público.


Así lo deja en claro el “Ranking nacional de los sistemas BRT (Bus Rapid Transit)”, una evaluación técnica pero enfocada en las necesidades de los usuarios, recién publicado por la asociación civil el Poder del Consumidor.


Este estudio da especial importancia a las prioridades de los usuarios en sus viajes diarios: rapidez, comodidad, seguridad y economía; esto, dentro de un sistema que opera con autobuses articulados que corren por carriles confinados, que sólo se detienen en estaciones preestablecidas, que cuentan con un sistema de prepago y con programas operativos de alto nivel. La conjunción de estas variables ha generado disminuciones de hasta 40% en tiempos de recorrido, un incremento sustancial en la seguridad y alta conectividad con otros modos de transporte.


Pero, para ese resultado, hace falta una clara política local de movilidad. Por esta vía, decenas de ciudades del mundo han logrado recuperar espacios públicos, han potenciado las formas de movilidad no motorizada y han modificado las dinámicas de movilidad urbana al propiciar un menor uso del automóvil.


La política ha sido clave, por eso el estudio citado hace un señalamiento de interés:


“Existen diversos factores a considerar ante la implementación de un sistema de transporte público de esta índole: 1) Es de suma importancia la participación pública para su socialización a través de grupos y mesas de diálogo con transportistas (concesionarios), sector empresarial, académicos, especialistas, sociedad civil, comerciantes y vecinos con el fin de analizar la demanda, los corredores potenciales y la viabilidad financiera, técnica y legal, 2) certidumbre financiera y legal para los transportistas, 3) evaluación de los impactos económicos, ambientales y urbanos, 4) integración tarifaria, intermodalidad y conexión directa entre los sistemas de transporte público ya existentes, 5) tecnologías de información, 6) diseñar redes y servicios que garanticen la operatividad del sistema ante el aumento constante de la demanda.


“Sin estas consideraciones, las líneas BRT corren el peligro de estar incorrectamente estructuradas, diseñadas y operadas”.


Esto resulta elocuente en algunos casos como el Vivebús, de Ciudad Juárez, que apenas cumple el 50% de las necesidades de los usuarios. Un caso similar son la línea 1 del Metrobús de Puebla y la línea 2 del Mexibús del Estado de México, que no superan el 65% de cumplimiento. La mejor evaluada fue la línea 5 del Metrobús de la Ciudad de México, con un 83%.


Conviene detenerse en tres casos: Puebla, León y Guadalajara.


En 2012, cuando fue elaborado el primer estudio de este tipo, los resultados fueron llevados a Puebla, donde ya se planeaba la introducción del Metrobús. La intención era compartir los aciertos y las fallas que estaban mostrando los sistemas instalados en otras ciudades. Desafortunadamente, no hubo disposición de las autoridades para escuchar y el resultado es lamentable: hasta ahora, su primera línea de Metrobús sigue arrastrando múltiples deficiencias, en detrimento de los usuarios.


También hace tres años, el sistema Optibús, de León, era uno de los mejor posicionados en calidad, además de tener la cobertura de servicio más ambiciosa del país. Por desgracia, bastaron tres años para que el sistema cayera en un grave abandono, con estaciones deterioradas, autobuses envejecidos, largos tiempos de espera, desaparición del personal de seguridad y otros problemas. Hoy, cuatro de sus cinco líneas oscilan entre 66 y 67% de cumplimiento. Da la impresión de que la política de movilidad que dio un gran impulso a este sistema se ha desvanecido.


En el caso de Guadalajara se aprecia el proceso inverso. Víctima de una polémica partidista que llevó al anterior alcalde a rechazar un fondo millonario para instalar la segunda línea, el sistema Macrobús quedó varado. Sin embargo, en el último trienio emprendió diversas acciones como una mejora en la velocidad de operación, frecuencia de servicio, creación de biciestacionamientos. Esto le permitió ascender del penúltimo sitio en 2012 al tercer lugar en 2015, con un cumplimiento de 76%.


En Guadalajara, al igual que en Monterrey con la Ecovía, hace falta crear una red de rutas y pensar en términos de transporte semi-masivo, pues las dimensiones de las áreas metropolitanas así lo exigen.


[El estudio se puede descargar aquí: http://elpoderdelconsumidor.org/transporteeficiente/necesario-mejorar-el-servicio-de-los-sistemas-brt-para-consolidarlos-como-la-mejor-opcion-de-transporte-publico-en-mexico/]


Los sistemas BRT son la mejor opción de transporte en términos del costo de implementación y el volumen de usuarios beneficiados (más de cien mil al día, por línea). Más aún, el Metrobús da la oportunidad de mejorar sustancialmente el transporte público, de conjuntar a los conductores de autobuses en empresas, de profesionalizar la prestación del servicio, de mejorar los espacios públicos y fomentar dinámicas de movilidad urbana más saludables. Pero, para logralo, es indispensable una política robusta de movilidad urbana. Eso no lo resuelve la tecnología.

[Gerardo Moncada]


martes, 20 de octubre de 2015

Furor por las selfies, ¿enfermedad o síntoma?



La frecuencia con que las noticias dan cuenta de accidentes absurdos sufridos por personas que intentaban crear un autorretrato espectacular no habla tanto de una epidemia de estupidez, banalidad y egolatría, como de un serio problema social.


Que algunas personas se hayan disparado al momento de tomarse una foto con un arma o les haya estallado una granada (lo mismo en Estados Unidos que en Rusia), o que varios turistas hayan perdido la vida en el Taj Majal por sufrir accidentes al momento de tomarse una selfie, o que otros caigan de puentes, grúas o rascacielos al intentar poses audaces, o que otros más busquen circunstancias insólitas como retratarse al lado de una estampida o recargarse en cables de alta tensión. O, el colmo, que el selfie stick se convierta en un pararrayos durante una tormenta...


Sí, hay estupidez en estos casos, y una enorme necesidad de generar una imagen propia que atraiga la atención pública, quizá para contrarrestar el abrumador sentimiento de anonimato.


En los últimos años del siglo XIX, los sociólogos generaron la categoría de “anomia”, para explicar la conducta de individuos o grupos sociales abrumados por el sentimiento de no tener cabida en la sociedad. Desde entonces, los gobiernos han buscado crear mecanismos de cohesión e inclusión social a fin de reducir las expresiones de la anomia, que van de la conducta antisocial o la delincuencia hasta el suicidio. Sin embargo, el impulso neoliberal ha restado fuerza o de plano cancelado tales políticas, dejando en manos de los individuos la solución de este problema.


Y los individuos se las están ingeniando para ello como mejor pueden y con lo que tienen a la mano, por ejemplo, promoviendo su propia imagen en las redes sociales. El Selfiecity Project, apoyado por la City University de Nueva York y el Instituto de Telecomunicación e Información de California, estima que cada día se comparte un millón de selfies en las redes sociales.


Se dice que cuando Mark Zuckerberg ideó Facebook pensó en un espacio abierto, ilimitado, pero al mismo tiempo con mecanismos de restricción, de “exclusividad”, tal y como operan en la vida real las estruturas sociales excluyentes (clubes, gremios, sectas, grupos selectos). Pero Facebook ofrecería a cualquiera la posibilidad de crear su propio grupo, que sería tan numeroso como atractivo resultara lo que en él se compartiera. Y por eso tanta gente se toma selfies extravagantes y también ventila los detalles de su vida personal.


Hace poco, la escritora Verónica Murguía se declaraba asombraba de que los usuarios de las redes sociales decidieran en forma masiva renunciar a uno de los más valiosos logros de la sociedad moderna: la privacidad.


Con su característico humor, ingenioso y ácido, el monero Rapé escribió recientemente en Twitter que, con tantos autorretratos, algunos usuarios podrían hacer un largometraje titulado “Vean mi patético esfuerzo para que alguien me haga caso”. Es cierto, pero también es reflejo de un severo problema en las sociedades contemporáneas, que no ofrecen suficientes asideros a todos sus integrantes.


Zygmunt Bauman retoma el concepto de “comunidad imaginada”, creado por Benedict Anderson, para explicar un estado social en que los lazos y vínculos interpersonales se han desintegrado, en que “la proximidad, la intimidad, la 'sinceridad', el 'entregarse sin reservas', sin guardar secretos, la confesión compulsiva y obligatoria se convertían rápidamente en la única defensa humana contra la soledad y en el único telar disponible donde tramar el anhelo de unión”.


Las redes sociales son el escenario, y la selfie es la tarjeta de presentación.


A pesar del frenesí del autorretrato, el reporte Selfiecity Project señala que las selfies solamente representan del 3 al 5% de todas las fotografías que circulan en internet. [Ver nota de la BBC: http://www.bbc.com/mundo/noticias/2015/08/150807_finde_selfies_estadisticas_lb]


Es un porcentje muy discreto, y ya nos parece abrumador. Es apenas la punta del iceberg de una conducta social emergente. Imaginemos lo que puede venir en un futuro cercano.



[Gerardo Moncada]

martes, 13 de octubre de 2015

Smartphone en México, realidades y ficciones


Que los teléfonos “inteligentes” (Smartphone) están teniendo un rápido crecimiento en México es un hecho, y todo indica que llegarán a ser el dispositivo dominante en el uso de internet. Esa es la realidad actual, no la que difundió recientemente la empresa GCE (ver entrega anterior en esta columna), que con afanes futuristas ya atribuyó a estos dispositivos el dominio de internet en nuestro país.


De hecho, en marzo pasado la Groupe Speciale Mobile Association (GSMA), organización mundial de operadores de telefonía celular, señaló que en México las conexiones a internet mediante celulares se realizan mayoritariamente con teléfonos convencionales y solamente 20% con Smartphones. Este porcentaje colocaba al país en el sótano de América Latina en el uso de estos dispositivos, solamente por arriba de Perú.


Aunque GSMA prevé que en los próximos cinco años los Smartphone saltarán en México del 20% de las conexiones móviles al 62%, calcula que el mayor crecimiento en el uso de esta tecnología se dará en Chile, Venezuela y Brasil. En tanto, México seguirá ocupando el penúltimo sitio en la región debido a la desigualdad económica y a problemas de acceso a servicios móviles. [Ver: http://www.cnnexpansion.com/tecnologia/2015/03/03/mexico-lento-en-adopcion-de-smartphones-en-al]


Aún estimaciones optimistas ubican a los teléfonos “inteligentes” en una posición secundaria entre los dispositivos de acceso a internet en México. Los datos que manejó este año la Asociación Mexicana de Internet (Amipci), apoyados con las cifras de Inegi, indican que la conexión a internet mediante Smartphones pasó de 49% en 2014 a 58% en 2015, con lo cual supera a las PC (54%) pero sigue debajo de las laptop (68%).


Respecto a las actividades online, Amipci identifica en primer lugar el acceso a redes sociales (85%),

seguido por búsqueda de información (78%), correo electrónico (73%), chats (64%) y otras.  Esta jerarquía se mantiene entre usuarios de Smartphone, donde la principal actividad es hablar por teléfono (94%) y en orden decreciente: navegar en internet (87%), buscar información (79%), correo electrónico (77%), ver archivos (63%), leer noticias (60%), descargar música-fotos-videos (57%) y otras.


Estas preferencias se modifican ligeramente cuando el uso de internet es únicamente con fines de ocio. [Ver: https://www.amipci.org.mx/images/AMIPCI_HABITOS_DEL_INTERNAUTA_MEXICANO_2015.pdf]



LOS TELÉFONOS Y LA INTELIGENCIA

Otra aseveración desproporcionada es la que han realizado algunas empresas publicitarias al afirmar que el uso de ciertos teléfonos “inteligentes”, como el iPhone, se relaciona con mayor grado de escolaridad y nivel de ingresos (incluso mencionan el color de piel). Y se entienden tales aseveraciones cuando se busca vender un producto a cualquier costa, intentando generar expectativas y aspiraciones.


Si la presunta “inteligencia” añadida a los equipos fuera eficaz, los automóviles ya no chocarían ni atropellarían peatones, y los misiles no destruirían hospitales. Más aún, los contenidos que circulan en las redes sociales no serían severamente criticados precisamente por personajes de alto intelecto, como el semiólogo y escritor Umberto Eco.


Hace unos meses, Eco declaró: “El drama de internet es que ha promovido al tonto del pueblo al nivel de portador de la verdad. Las redes sociales le dan derecho de palabra a legiones de imbéciles que antes  hablaban sólo en el bar después de un vaso de vino, sin dañar a la colectividad, que enseguida los callaba”.


De tan evidente a veces se olvida (bajo la oleada de publicidad) que por más “inteligencia” agregada en el chip, los instrumentos siguen dependiendo de la capacidad intelectual de quien los usa.


En México, los Smartphones todavía no son tantos como se afirma y aún no determina la dinámica y contenidos en internet. Lo que sí es un hecho es que ni hacen más inteligentes a sus propietarios ni su expansión como mercado garantiza una mejora tangible para la sociedad.


[Gerardo Moncada]


martes, 6 de octubre de 2015

Internet en México, visiones sesgadas

Observar el proceso de conectividad y uso de internet en México desde el enfoque de las empresas que brindan consultoría técnica a los gobiernos y a las corporaciones proporciona aspectos de interés para el análisis. Veamos el caso del reporte “¿Qué tan conectado está México?”, elaborado por el Gabinete de Comunicación Estratégica (GCE), empresa de encuestas presidida por Liébano Saénz, político que alcanzó la cima en el gobierno federal entre 1994 y el año 2000, cuando fungió como secretario particular del presidente Ernesto Zedillo.


El reporte se basa en las respuestas de 49 mil 600 propietarios de teléfonos móviles en las 32 entidades del país y en las 76 ciudades más pobladas, lo cual establece varios filtros: desde la depuración de la base de datos telefónica y el sesgo establecido por las preferencias de los usuarios de celulares (como el uso de WhatsApp), hasta la baja consideración de ciudades menos pobladas y de personas que al carecer de telefonía usan servicios públicos de internet. No está de más señalar que la consulta fue realizada entre el 10 de junio y el 7 de julio de este año, tras la marejada virtual de críticas al Gobierno Federal por los escándalos de corrupción y los torpes intentos por dar carpetazo al caso Ayotzinapa.


Con tales parámetros, veamos algunos resultados del GCE acerca de la conectividad en México.


-Que las edades con mayor conexión a internet son de 18 a 29 años (33.2%), seguidos de 30 a 39 años (22.8%) y 40-49 (20.2%).

-Que el dispositivo más común para conectarse es el smartphone 39.1% (previsible en una encuesta realizada a celulares), seguido de la computadora de escritorio (34.9%), la laptop (15.1%) y la tableta (5.8%).

-Que el 47.9% de los internautas mexicanos tienen estudios de licenciatura (¡vaya sesgo en la encuesta!) y 31.1% bachillerato.

-Que el 47.7% es de clase media baja, el 27.7% de clase media alta y el 23.3% de clase baja.

-Que lo más consultado en internet son las redes sociales (19.8%), información académica y educativa (17.4%), información diversa (11.6%), noticias (10.6%) y temas de trabajo (6.8%).

-Que el grupo más numeroso permanece conectado de 1 a 2 horas al día (37.2%), seguido del que está 2-4 horas (21.7%) y el que pasa 4-8 horas (18.7%).

-Que el 80.5% de los internautas usa a diario las redes sociales.

-Que sus preferencias en redes sociales son: a) enterarse de lo que hacen amigos/familia, b) informarse de sucesos políticos o públicos, c) compartir denuncias ciudadanas, d) ver y compartir videos/chistes/memes, e) criticar el trabajo de las autoridades, f) enterarse de rumores o chismes.

-Que las redes sociales más utilizadas son Facebook (74.2%), WhatsApp (12.4%), Twitter (7.4%), correo electrónico (3.4%), Google+ (1.8%) y Youtube (0.8%).


Cada apartado del reporte de esta encuesta cierra con dos preguntas. La primera es significativa por la inducción de la duda: “¿Usted cree que la información sobre temas políticos o públicos que se publica en redes sociales es confiable o no es confiable?” El 62.8% responde que no es confiable.


La segunda pregunta es más adecuada para una encuesta que pretende objetividad: “De la información que usted ve o escucha en TV, radio, periódicos, revistas o internet, ¿a cuál medio le cree usted más?” La respuesta fue: a internet (27.9%), seguido de la televisión (24.8%), periódicos (23.5%), radio (13.4%).


Estos datos son los promedios generales; algunas variaciones aparecen en las diferentes regiones. [El reporte está en: http://en2015.gabinete.mx/static/conectividad/Conectividad_mexico_2015.pdf]


En la introducción de este documento, Liébano Sáenz se ufana de aplicar la encuesta entre usuarios de celulares. En vez de considerar esto un sesgo hacia un tipo de público, lo considera una innovación: “Comprendimos que el proceso tradicional de encuestas cara a cara apuntaba a la obsolescencia -aunque hoy muchos en nuestra industria todavía aplican el modelo de hace 20 años-”.


Conviene señalar que la insistencia en usar el modelo de hace 20 años tiene una razón: en dos décadas se han profundizado las diferencias sociales y económicas en el país, de manera que si se desea tener un retrato real de México es necesario recabar datos de todos los sectores, incluso de aquellos que carecen de un smartphone.


En este sentido, los datos que maneja el Banco Mundial son contundentes: sólo 44.4 de cada 100 mexicanos tienen acceso a internet. Es decir, más de la mitad no tiene acceso. Esa es la dura realidad de nuestra conectividad. En mejores condiciones que México se encuentran 102 países [ver la tabla global en: http://datos.bancomundial.org/indicador/IT.NET.USER.P2].


Sáenz también habla de ir más lejos, de “romper paradigmas” para entender las nuevas dinámicas sociales en México. Pero ni siquiera alude a los insuficientes programas oficiales para impulsar la conectividad, programas que han mostrado un declive en los últimos años [ver: http://www.otroangulo.info/?p=1180]. Tampoco hace referencia a fenómenos recientes como la tecnocensura, los ataques con cuentas automatizadas (bots) en Twitter y el hackeo de sitios informativos independientes (Aristeguinoticias, Sinembargo, Proceso). [Ver: http://www.otroangulo.info/?p=586]


Omitir estos aspectos impide tener una visión realmente innovadora y vanguardista de internet en México, y acentúa los sesgos en el entendimiento de este entorno.

[ Gerardo Moncada ]


martes, 29 de septiembre de 2015

De la exclusión a la incidencia, la sociedad civil en resistencia

“De una vez y por lo venidero, deben saber los súbditos que nacieron para callar y obedecer y no para discutir y opinar en los asuntos de gobierno”, advirtió el virrey Marqués de Croix tras aplacar en forma sangrienta las protestas por la expulsión de los jesuitas de la Nueva España, en la segunda mitad del siglo XVII. Esta idea autoritaria ha prevalecido hasta el presente, sostenida por gobiernos que oscilan entre el paternalismo y la represión. Y en ese espacio, que va de la dádiva al garrote, se mueve la sociedad civil –no necesariamente organizada- reclamando sus derechos.


En su estudio “¿Ciudadanía emergente o exclusión? Movimientos sociales y ONGs en los años noventa” (Revista Mexicana de Sociología, UNAM, 4-1994), Elizabeth Jelin analiza la dinámica social durante el último tercio del siglo XX, en un escenario de ruptura, de transformación política y de resistencia.


Jelin señala que el surgimiento de nuevos movimientos sociales en ese periodo fue resultado de las políticas de ajuste y reestructuración económica que pulverizaron a la justicia social y a la equidad como argumentos dominantes en la vida institucional. Este cambio generó polarización social y expulsó del escenario político a los excluidos económicos, de los cuales una parte dirigió sus esfuerzos a actuar en su propio entorno (de marginalidad, de violencia o de resistencia comunitaria) y otra parte tomó el camino de la protesta.


La socióloga añade que cuando los excluidos reclaman un espacio adoptan un discurso que suele ser calificado de “violento”, porque expresa el estado conflictivo de las relaciones sociales y pretende –mediante una forma de hablar extrema- participar en la definición del escenario sociopolítico que no oye otros discursos. Es un grito para que el poder escuche, para que acepte la existencia e identidad del interlocutor, que es la voz de un actor colectivo. Cuando esto ocurre, cuando es escuchado y reconocido, el discurso se transforma en lenguaje de negociación.


Ya sea con lenguaje violento o de negociación, el Estado se ha visto desafiado por grupos y movimientos sociales identificados por criterios regionales, lingüísticos, religiosos, étnicos, de género o estilo de vida, que en su reclamo de un espacio buscan el apoyo de la población. Esto ha conformado múltiples niveles y escenarios para los procesos sociales y para la acción pública, con patrones complejos de interacción entre ellos.


Tales actores y movimientos sociales son fundamentales para la dinámica democrática ya que, por un lado, constituyen sistemas de reconocimiento social que expresan identidades colectivas y, por otro lado, actúan como intermediarios políticos no partidistas que llevan a la esfera pública las necesidades y demandas de las voces no articuladas, y las vinculan con los aparatos del Estado. De esta manera, abren nuevos espacios institucionales a la participación ciudadana.


Complementan estas actividades la intermediación de las redes de organizaciones no gubernamentales (ONG) y movimientos de solidaridad, la denuncia de los medios de comunicación independientes y las presiones internacionales, las cuales han conformado un amplio espectro de manifestaciones sociales con capacidad para influir sobre los Estados.


Esta acción colectiva ha llevado a muchas de las protestas y de los movimientos sociales a transformarse en organizaciones más formales, hasta constituir el llamado Tercer Sector (diferente del Estado y del mercado), donde algunas agrupaciones actúan como intermediarias entre los desposeídos y el poder, y otras como compensadoras de lo que el Estado no provee. En ocasiones, estos grupos impulsan movimientos democratizadores; en otras, reproducen las relaciones paternalistas, populistas o autoritarias entre clases subordinadas y el poder. Cabe una distinción más: hay organizaciones que buscan insertarse en las estructuras de poder y otras que eligen no negociar, aunque esto signifique permanecer al margen.


En ese espectro se mueve hoy la sociedad civil, en una dinámica de resistencia, entre la exclusión y la incidencia.


[Gerardo Moncada]


martes, 22 de septiembre de 2015

La sociedad mantiene abiertos los causes de la información y la solidaridad

Esta semana se cumple un año del ataque armado contra los normalistas de Ayotzinapa y la desaparición forzada de 43 de ellos. Un año que ha revolucionado percepciones dentro y fuera del país acerca del desempeño gubernamental y su cercanía con la corrupción y el crimen organizado.


Un año que vio una embestida en contra del griterío que lanzaba un estruendoso “Ya basta”, un ataque escenificado en las calles por granaderos contra manifestantes y en las redes sociales por regimientos de bots bloqueando los célebres hashtags: #YaMeCanse, #TodosSomosAyotzinapa, #FueElEstado, #FueElEjercito, #AccionGlobalPorAyotzinapa, #VivosLosQueremos, #EPNnotWelcome y un largo etcétera.


La agitación social de este año demostró la relatividad del planteamiento del sociólogo Scott Lash, al afirmar que en la actual sociedad de la información el tiempo y el espacio están comprimidos y descontextualizados; que los medios de comunicación han copado el tiempo que antes era de reflexión como forma de pensamiento; que el análisis crítico es difícil en el imperio de lo efímero, inmediato y superficial de la información; que lo trascendente se disipa; que las pretensiones universalistas del conocimiento discursivo ya no tienen cabida.


Todo eso es cierto, pero no como ley universal. Ya en los últimos años habían proliferado medios online de carácter crítico, analítico, que promueven la reflexión, que oponen resistencia al imperio de lo efímero y la superficialidad.


Como estos medios, una porción relevante de los usuarios de las redes sociales ha opuesto resistencia a caer en lo banal y frívolo, y construye amplias avenidas de crítica política y social, de protesta, de exigencia colectiva, de solidaridad.


El caso de Ayotzinapa fue un parteaguas y por varios meses radicalizó medios y redes, aglutinó a personas de muy diversas capacidades económicas, formaciones académicas, oficios e intereses. Los congregó la indignación de un caso arquetípico en que confluyeron la violencia, la corrupción y la impunidad a todos los niveles de gobierno, articulados con el crimen organizado. Ayotzinapa fue la gota que derramó el vaso.


Las redes sociales estallaron de indignación. El cantante Alejandro Sanz escribió: “#Ayotzinapa. Mi corazón está con ustedes. Siento un gran dolor y una gran rabia”. Millones de personas compartían estos sentimientos y los expresaban sin cortapisas.


Con los meses, la presencia pública en calles y redes disminuyó por razones naturales de agotamiento, no por conformismo o aceptación de la raquítica “verdad histórica” del gobierno o por acatar la instrucción de “superarlo”. Eso quedó de manifiesto el 5 de septiembre pasado con la presentación del “Informe Ayotzinapa” elaborado por el Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes (http://www.otroangulo.info/?p=1380). Rápidamente, el hashtag #Ayotzinapa sumó más de 323 mil menciones en Twitter.


Los resquicios que la sociedad mexicana ha abierto (para la información, la crítica y la protesta) son lo más saludable que le ha ocurrido. Así vemos que medios como Forbes hayan documentado:


“Cada año, los alumnos y maestros de las Escuelas Normales Rurales salen de las aulas para asegurar su supervivencia. Exigen a las Secretarías de Educación estatales que se abra la convocatoria para el nuevo ingreso de alumnos, y una vez conseguido este objetivo, el siguiente paso es pedir más recursos y material didáctico para seguir dando clases”. (http://www.forbes.com.mx/la-historia-no-contada-de-ayotzinapa-y-las-normales-rurales/)


Algunos medios rompieron cercos informativos al publicar investigaciones como la de Anabel Hernández y Steve Fisher que reveló desde diciembre de 2014, a partir de registros oficiales, la participación de diversos cuerpos armados en el ataque a los estudiantes de Ayotzinapa, incluidos policías federales y militares (http://www.proceso.com.mx/?p=390560).


El anticipo de que era imposible la incineración de los estudiantes en el basurero de Cocula fue documentado y ampliamente difundido desde diciembre de 2014 (http://www.sinembargo.mx/11-12-2014/1190680).


La sociedad necesita mantener viva la esperanza de que tarde o temprano se sabrá la verdad y habrá justicia. Por eso una de sus luchas es para mantener abiertos los cauces para la información, la crítica y la protesta. Su futuro inmediato depende de ello.


martes, 15 de septiembre de 2015

La sociedad civil y su imprescindible potencial político

Se suele afirmar que la sociedad civil debe actuar al margen de la política. Incluso se le atribuye una connotación negativa a las actividades ciudadanas que irrumpen en este campo al señalar que sus demandas “se han politizado”, como si con ello perdieran legitimidad. Sin embargo, esta aseveración carece de fundamento político e incluso histórico, como demuestra Benjamín Arditi en su estudio Trayectoria y potencial político de la idea de sociedad civil.


Varios analistas sostienen que la vida social y política está basada en una permanente tensión, donde un actor clave es la sociedad civil. Jacques Ranciére, por ejemplo, afirma que la polémica y el desacuerdo están en la base de nuestra existencia política: toda comunidad está fundada en torno a un litigio que es puesto en escena de maneras diferentes en distintas épocas.


El aspecto más fino de este desacuerdo tiene que ver con la interpretación de los términos. Es el caso del concepto de “sociedad civil”, actualmente citada por todos pero en sentidos muy distintos. Ante el auge de los movimientos sociales en las últimas décadas del siglo XX, algunos exaltaron a la sociedad civil al considerarla reserva moral de la política, un ámbito innovador, no corrupto, capaz de rescatar a la política de sus vicios; otros la menospreciaron, calificándola como espacio residual de la política, ámbito para la acción colectiva light.


Para dilucidar este desacuerdo, Arditi nos recuerda que en el siglo XVII ya se describía a la sociedad civil en términos políticos. Thomas Hobbes y John Locke la ubicaron en el origen mismo del orden político: como la expresión de los individuos que acordaron voluntariamente unirse para evitar la anarquía, fundando un gobierno capaz de resolver las controversias o los conflictos entre los ciudadanos.


Un siglo después, Federico Hegel ubicó a la sociedad civil en un ámbito intermedio entre la familia y la más alta expresión del Estado, ya que el filósofo consideraba a la sociedad civil como una forma de Estado inferior, por las características de sus demandas: buscar satisfacer necesidades, principalmente económicas, y solucionar disputas mediante leyes o el uso de la fuerza pública.


En cambio, el economista Adam Smith equiparaba a la sociedad con el mercado y la consideraba una instancia de coordinación colectiva para armonizar intereses contrapuestos. En este sentido, Adam Ferguson fue más lejos al equiparar a la sociedad civil con la sociedad civilizada y señalarla como clave del progreso.


En el siglo XIX, Carlos Marx siguió la línea anterior al ubicar a la sociedad civil en el ámbito de las relaciones económicas y como base del Estado, en la medida en que éste era dependiente de la economía.


Una diferenciación cualitativa surgió con John Stuart Mill que distinguió lo público (acciones que afectan a terceros) de lo privado (aquellas que sólo afectan a quienes las ejecutan). De esta manera propuso salvaguardar la libertad del individuo ante las acciones del gobierno o de “la tiranía de la mayoría”, es decir, de la opinión pública. Con esta distinción, la sociedad civil pasó al terreno neutral de los intercambios no políticos entre particulares, al margen del Estado y de su sistema político. Esta concepción derivaba del pensamiento liberal, que proponía separar la esfera estatal de la social para dejar esta última bajo las reglas del mercado.


Tal viraje conceptual tuvo una explicación histórica: en los siglos XVII y XVIII las clases emergentes reivindicaron la esencia política de la sociedad civil como estrategia en su lucha contra el absolutismo monárquico, pero a mediados del siglo XIX la burguesía ya había consolidado sus posiciones y ya no requería ese argumento, además de que observaba la peligrosa agitación de las masas excluidas de los beneficios de la Revolución Industrial.


Fue hasta el último tercio del siglo XX que la sociedad civil se redefinió como un ámbito de acción política, con organización autónoma, al margen del Estado o de algún partido, en el cual diversos sectores de la sociedad luchan por conquistar o recuperar espacios de operación. Así surgieron organizaciones de barrios, estudiantiles, religiosas, de obreros, de campesinos, de mujeres; incluso los defensores de derechos humanos comenzaron a realizar una labor eminentemente política. La sociedad civil se convirtió en el campo de la movilización colectiva y adquirió una influencia creciente en el debate público.


Su empuje abrió espacios políticos a nuevos actores y creó condiciones para cambios institucionales. El escenario se pobló con múltiples reivindicaciones, expresión de una sociedad multicultural que demostraba su capacidad de negociación política.


Hoy, los movimientos sociales, los grupos de interés organizados y las ONG (organizaciones no gubernamentales) dan forma a una sociedad civil que busca participar en la continua recreación del orden colectivo, interviniendo en la esfera pública, criticando o impulsando tanto proyectos legislativos como políticas públicas.



Su labor llega a afectar los intereses de los poderes establecidos, los cuales suelen reaccionar con fuerza e incluso con violencia. La historia, sin embargo, ha demostrado que la sociedad civil organizada es una pieza clave para el avance de las sociedades contemporáneas.